24. sep., 2022

Adán Quina sobras de lagarto

Una densa neblina daba la impresión que envolvía el rio; Adán era un joven atrevido, no le tenía miedo ni al mismo duende que ya le había intentado cortejar a su novia en varias ocasiones, sobre todo en luna nueva, cuando las sombras se esconden de los curiosos y dejan la sensación del frío que hace tiritar hasta los dientes.

Se tuvo que quitar los zapatos, luego la ropa; esa madrugada, al parecer, Perto se durmió y no estaba al pie del cayuco para pasar a la otra orilla a quien llegara en busca de ese servicio. Metió, muy despacio, los dedos del pie en el agua, su cuerpo se crispo hasta encogerse, estaba fría; levantó los brazos y suspiró, el río rugía suave e ininterrumpido.
Entró, ya con el agua a la cintura se detuvo, algo estaba mal, pensó en regresar, acostumbrado a vencer el miedo siguió caminando en un tanteo sobre piedras que le punzaban los pies, casi al instante sintió que lo jalaban hasta el fondo, tiró la ropa que protegía con las manos en alto para que no se mojara y se aferró a las fauces de aquel saurópsido que había encontrado la carne para su festín.

La lucha fue feroz; ya despuntando las cinco de la mañana el rio seguía envuelto en aquella inmensa neblina que le servía de camuflaje, ahora acogía en su orilla aquel tremendo cocodrilo con sus fauces desprendidas y a la par el Joven Adán Quina respirando con dificultad y sin poder ponerse de pie, ahí los encontraron: el cocodrilo para la curtiembre de Juan Sierra y Adán para el hospital.

Adán Quina sobras de lagarto y se venía la lluvia de piedras y a correr que el hombre no quedó para bromas; hasta Abdalid alemán, propietario de Hotel Aguan, al contratarlo como custodio tuvo que darle un fusil 22 con el percutor roto, previniendo una desgracia.